Todo lo que usted quería saber de escribir para niños pero temía preguntar

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Si en verdad quieres escribir para niños lo primero que debes hacer es desobedecer las voces de otros escritores adultos que considerarán tu trabajo como algo menor sin siquiera haberlo leído, y mejor dirigir tu mirada al público que posiblemente te leerá: los niños. Y es que a diferencia de la literatura para adultos, en la que los autores no suelen considerar a sus lectores, los que escriben literatura infantil no pueden ignorar que sus textos van dirigidos hacia un grupo muy específico. Un peculiar grupo social con una historia bastante interesante. Basta recordar que antes del siglo XVIII los niños no era otra cosa que criaturas lagañosas, despeinadas y de baja estatura que debían realizar las mismas funciones que los adultos, con la única diferencia de que eran menos productivos y la mayoría de las veces, francamente estorbosos. Sus frágiles cuerpecitos resultaban incapaces de acarrear la misma cantidad de ladrillos o cargar en minas lo mismo que sus padres. Y por si fuera poco, eran fáciles víctimas de enfermedades por lo que morían como moscas sin que eso a nadie importase.

No fue sino hasta el siglo XIX que se “descubrió” a este sector de la población, por lo que bien podría decirse que los niños y la infancia fueron un producto más de la Revolución Industrial. Los pedagogos de aquellos días se dieron vuelo con estas criaturitas recién descubiertas, comenzaron a estudiarlos como a insectos con alfileres. Los separaron por edades, notaron con sorpresa que un niño de 4 años poco tiene que ver con uno de 9 y es casi de otra especie comparado con uno de 12. Además se crearon objetos cotidianos para ellos, ropa, muebles de menores dimensiones y juguetes propicios para sus habilidades. Entonces surgieron los libros para niños, libritos que contienen una literatura similar a la de los adultos pero sin aristas que capaces de herir sus deditos regordetes y su psique en incipiente formación.

El recuento histórico viene a cuento ya que buena parte de ese espíritu sobrevive hasta nuestros días. No me refiero a la parte donde los niños morían como moscas, sino al tufillo moralizante, didáctico, edificador que se sigue colando en no pocas obras de la literatura infantil de nuestros días. Muchas de las ideas asociadas al término literatura infantil son, además de princesas o dinosaurios: moralejas positivas, finales felices, había una vez, fantasía exacerbada y múltiples similares. En ciertos sectores se sigue pensando, como en el siglo XIX y en buena parte del XX, que la literatura infantil es como la ropa para niños, similar a la de adultos, solo que más colorida, pequeña y, en este caso, construida a base de historias repletas de lecciones de vida, cuentos con moralejas claras y vocabulario sencillo, de preferencia ubicados en reinos lejanos donde las malas costumbres están exiliadas o de plano no existen.

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¿Y acaso esto sigue teniendo vigencia? Evidentemente no. Es como ese otro lugar común que piensa a los niños como seres en un éxtasis de imaginación continuo; donde los pequeños son figuras semi etéreas que transcurren más tiempo en el mundo de fantasía que en el nuestro, que sus ojos son testigos todo el tiempo de realidades magníficas que nosotros somos incapaces de percibir pues hemos asesinado al niño interior que algún día vivió en nosotros. Un cliché impreciso, pues si bien los niños tienen una sensibilidad específica, quien conviva regularmente con ellos, podrá confirmar que al igual que los adultos, hay muchos imaginativos y otro aburridos e indispuestos a ir más allá de lanzarse por una resbaladilla. Así que si alguna de estas dos ideas domina tus deseos de escribir para niños, entonces deberías replantear tus motivos y fijar tu mirada en tus posibles lectores, los niños, pero en los niños reales, no lo que tú entiendes por un niño. Por todo esto, aquí van algunos de los consejos que podría darte si quieres darte un tiro con la literatura infantil, y sobre todo si eres de ésos que cree que es cosa fácil. Esto no es un niño

Primero, para lograr averiguar esto no debes tener siete hijos o cuidar todos los fines de semana a tus sobrinos, de hecho, si hicieras eso, lo más probable es que no te queden deseos de volver a tener contacto con cualquier tema vinculado al universo infantil, de forma directa o indirecta. Lo que sí debes hacer es fijarte en lo que los niños son hoy, pues un error muy común de los que buscan iniciar con la literatura infantil es creer que los niños a los que se dirigen son los niños que ellos mismos fueron treinta años antes. Y, créeme, nada puede estar más alejado de la realidad, los niños de hoy poco tienen que ver con el niño que tú fuiste hace muchos, muchos años.

Entonces comienza la complejidad, pues los niños de hoy son complicados, bastante, en bueno y en mal sentido. Para empezar ellos han visto cinco veces más televisión de la que tú viste a su edad, han consumido diez veces más películas de las que tu viste a esa misma edad y han jugado cien veces más videojuegos de los que tú soñaste con jugar a los ocho años. Probablemente los superes en libros leídos, eso sí, y ahí está buena parte de la cuestión. Ellos son una generación hiperestimulada por la cultura audiovisual. La poderosísima industria del entretenimiento se arrebata su tiempo libre de forma despiadada. Y esos medios casi perfectos son tu competencia, así que utilizando el lenguaje de los memes, tan inmediato a ellos: ¿Dime qué se siente que tu cuento compita contra Toy Story, The Avengers, Angry Birds o Peppa Pig?

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Y eso sólo si hablamos del tiempo libre pues en su horario escolar los niños tienen que leer y bastante, en sus escuelas y por obligación, textos que suelen alejarlos de los libros, convirtiendo a los mismos en objetos aburridos que llegan a ver como enemigos. Entonces deberás descreer de la insípida promesa de …un libro es una ventana abierta a la imaginación que te llevará a vivir experiencias inolvidables en mundos maravillosos… ¿Cómo podrás hacer que su atención, acostumbrada a seguir simultáneamente, videos, youtubers, videojuegos en línea, snapchat, instagram, etc., logre adentrarse en un montón de palabras? ¿Podrás tú conseguir que dirija sus sentidos en una historia escrita sin música ni efectos especiales? ¿Podrás lograr que sea capaz de florecer su mundo interior cuando está acostumbrado a vivir en el mundo exterior?

Es algo que debes saber. Porque si no lo has experimentado, descubrirás que es realmente muy triste ver a un niño incapaz de concentrarse en leer. No digamos ya una novela o un cuento clásico, no digamos ya una novela o un cuento contemporáneo, tan solo leer una página y comprenderla a fondo. Aquí es donde la literatura infantil se torna más compleja, cuando los dinosaurios se vuelven a morir.

Quiero dejar muy en claro que no pretendo satanizar el cine, que me encanta, ni la televisión que disfruto cada vez más, ni mucho menos organizar una quema de videojuegos; pero sí sé, porque lo he visto, que los niños de hoy se están perdiendo la posibilidad de desarrollar el universo interior que te brinda la lectura, que están dejando secar ese jardín interior. Y es que el cine, la televisión y los videojuegos provocan una experiencia exterior, mientras que la lectura una interior. La lectura exige un compromiso y una entrega.

Escribir para niños es hacer todo lo posible para que no se seque ese jardín interior, brindarles la posibilidad de que lo frecuenten, porque la imaginación es un músculo y si no se usa se atrofia. El niño que lee aprende a ser otro sin dejar de ser él mismo, se pone en los zapatos de un personaje y comienza a desarrollar la capacidad de vivir un montón de vidas. Es cuando se ejecuta el milagro. Sembrando lectores

Buena parte de la mala fama de la Literatura Infantil fue ganada gracias a creadores que vieron en este universo un escaparate para depositar obras mediocres, fáciles, bobas. Es tu deber realizar un esfuerzo para que la nueva Literatura infantil tenga más de Literatura y menos de infantil. Escribamos para ellos pero con rigor y espíritu crítico.

Creo que es más sencillo acercar a esos niños audiovisuales a la lectura mediante historias escritas por autores contemporáneos que buscan capturar su atención. Esto porque les hablan de cosas inmediatas con las que es más sencillo desarrollar una primera aproximación. Confío en que este camino forme lectores que ya luego sigan su viaje con los libros que ellos gusten. Eso espero. No estoy en contra de que su inicial aproximación a la lectura sean los clásicos que de alguna forma se han vuelto comunes a las primeras edades lectoras (J. Verne, Salgari, Twain), pero la realidad a la que me he enfrentado me sugiere que estos autores ahora pertenecen más a un segundo nivel de lectura. Son realmente pocos los niños que se acercan a ellos como primer platillo lector.

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Piensa en tu lector

Ahora, cómo lograr tan ambiciosa misión es lo apasionante de este oficio. Desde luego no hay una respuesta sencilla ni única. Todos los que estamos en esto lo intentamos de distintas formas, con diversas estrategias y con muy diferentes resultados. En mi caso creo que lo primero es buscar un gozo en la escritura que pueda aspirar a que el niño disfrute lo leído. Creo que cuando escribes para adultos puedes olvidar al lector, te puedes enamorar de tu propia voz narrativa y embriagarte de tu estilo, sin embargo cuando el lector es un pequeño de, digamos siete años, conviene releer lo escrito pensando si acaso ese niño podrá entender, y es que si se rompe el canal de comunicación y de entrada no se comprende lo leído, jamás se involucrará con tu texto y menos desarrollará un gusto por la lectura.

Evita, por favor y a toda costa, volverte esa figura de autoridad y virtuosismo que siempre está dando lecciones de moral. Piensa que los niños están hartos de recibir lecciones de civismo en sus cuentos. Recuerda que muchas veces los mejores libros nos han dado justo lo opuesto, un espacio libre y sin reglas opresivas donde podemos vivir a nuestras anchas.

Mantén su atención

Esto puede decirse fácilmente pero conseguirlo no es tan sencillo ¿Cómo mantener su atención en tus palabras? Hay sugerencias que han surgido desde hace décadas y que siguen siendo válidas. Valerse del humor, de tramas originales, de personajes profundos, vivos, entrañables; en todo coincido, esfuérzate en conseguir eso. Inyecta en tu trabajo imágenes poderosas, hermosas, sugerentes, sorprendentes, irreverentes, subversivas, poéticas; y escríbelas como si pintaras, concéntrate en sentir la esencia del lenguaje, como si escribieras poesía, aléjate de preámbulos aburridos, trata de transmitir las imágenes en crudo. Y juega, juega siempre con el lenguaje, no olvides que una de las primeras formas de comunicación hacia los niños fueron las canciones de cuna, los refranes, los dichos, los juegos de palabras, acertijos, adivinanzas, etc.

La fuerza de la repetición

¿Cuántas veces ven los niños una misma película o piden que se les lea un mismo cuento? Te sorprenderá descubrirlo. Eso es porque están experimentando el efecto de gestación de una historia en su interior, esa comezón interna, y claro, la quieren repetir una y otra vez. Desde luego no lo intelectualizan, pero al final saben que es algo placentero y buscan la posibilidad de repetirlo. También, están ejercitando la memoria, comienzan a aparecer en su mente, colores, frases, imágenes que ya pueden reconocer y repetir; su cuaderno nuevo comienza a llenarse de los primeros rayones. Es como cuando se nos duerme una pierna y el movimiento involuntario provoca comezón, esa comezón interior es la que provoca una historia, tus historias están creciendo interiormente dentro de ellos. Como un diente que te sale y con el que tu lengua juega constantemente.

Palabras lúdicas

Como dice Gianni Rodari en Wittgenstein: “Las palabras son como la capa superficial del agua profunda”. Tú, escritor de literatura infantil, haz el ejercicio de olvidarte del significado de las palabras y encuentra en las mismas su peculiaridad; hay palabras casi secas porque la vida diaria o la publicidad agotaron su significado, retómalas y trata de darles otros usos. Busca también palabras graciosas, aburridas, sugerentes, arma una colección y úsalas en tus textos. Cuando tengas oportunidad confirma el efecto que una de estas palabras tienen en los más pequeños. Haz de vez en cuando el intento de olvidar el significado de estas palabras, recuerda: Stop Making Sense. Revisa tu colección periódicamente y auméntala siempre que puedas, piensa en esas palabras como piezas independientes ¿Qué sensaciones te provocan las palabras: cochambre, molécula, harapo, afelpado, lúdico?

Entonces querrás más a la Literatura Infantil. No por nada Vladimir Propp estableció los paralelismos entre los cuentos de hadas y su vínculo con los rituales de iniciación en casi todas las culturas del planeta. Todos los seres humanos cruzamos la etapa de crecimiento, de ahí que esos cuentos estén tan profundamente cimentados en nuestra memoria y en la memoria de la humanidad. Esas historias suelen acompañarnos a lo largo de toda la vida. Tú no sabes cuál de tus libros puedan los niños adoptar como suyo (en caso de que lo logres), ni siquiera escribes con la certeza de conseguirlo, de hecho serías muy afortunado de que hicieran suyo tan sólo uno de tus cuentos, o un personaje; es más, con tan sólo dejar una simple imagen que los acompañe, habrás de sentirte recompensado.

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Escribir para niños no es tan diferente

Al final te darás cuenta que escribir para niños no es tan diferente de escribir para adultos. Es repetir lo que nos llevó a escribir en primer lugar, alguien dejó esa semilla sembrada en ti, nos sorprendió o conmovió, nos tocó, y eso queremos provocar a alguien más, a los niños en este caso. Es como escribir para adultos pero más puro (y más divertido). Así cuando tengas la oportunidad de compartir un texto frente a un grupo de niños y logres conmoverlos, sabrás que el esfuerzo habrá valido la pena.